Un mayor estadounidense pasó a la historia durante la Ofensiva Tet en Vietnam al emitir a la prensa una de las declaraciones más demencialmente orwellianas de la vida real: “Tuvimos que destruir la villa para poder salvarla”. Cuarenta y Tres años más tarde, las autodenominadas farc (perdón por la expresión facha, pero hoy no cabe otra) actúan con la misma filosofía, atacando despiadadamente con explosivos a la relegada población de Tumaco, en el Pacífico Sur colombiano.
Si las farc necesitaban llamar la atención sobre la olvidada población, pues sí que lo lograron. Pero si lo que quieren mostrar fuerza para llegar pisando duro a una eventual negociación de paz, pues que están locos de remate. Atacar a un pueblo al que dicen representar y defender es irracional, demencial, ilógico, estúpido, indecente, obsceno e imperdonable.
Las farc no salen de su eterno y único libreto de secuestrar y atacar civiles inermes, indefensos e inocentes; lo único que demuestran es su inhumana insensibilidad. ¿De verdad creen que cuando llegaren a desmovilizarse (que no a tomarse el poder) un progresista sensato va a querer votar por ellos?
El Progresismo no es extremismo. El Progresismo defiende a los débiles, no los destruye.
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